lunes, 2 de junio de 2008

El Exterminador

Para esa época, en el departamento habían aparecido unas mosquitas chiquitas, negras, estúpidas, que después de aburrirse de revolotear sobre la pila de platos sucios de la pileta de la cocina, se habían extendido hacía los restos de comida que solían quedar en el living. Esa tarde las maté una por una con un mosquitero de plástico celeste que había sido de mi abuela. Me parecía excéntrico utilizar esos métodos manuales para la eliminación de insectos en lugar de recurrir a sofisticados aparatos eléctricos o venenos en aerosol. Matarlas de a una, con la estrategia y la precisión de un cazador, se había convertido en mi especialidad ese verano. Podría decirse, que me había convertido en el aniquilador profesional de mosquitas de Almagro.

A fin de volver a tomar el mando de mi vida, que durante algunos años había cedido generosamente a Graciela, comencé a poner un poco de orden a mis días. Especialmente en mi relación con el sexo opuesto. Se me había ocurrido algo que en ese momento me pareció de una genialidad suprema. Un test, un test tonto y sin ninguna complicación, pero que me permitiría descartar de un modo preciso, inequívoco y definitivo a cualquier mujer incorrecta que se acercara a mi vida. Cómo si la posibilidad de una pareja dependiese únicamente de la compatibilidad cinematográfica. O mejor aún, como si la remota posibilidad de la compatibilidad de pareja dependiese del puntaje que la “ella” en cuestión le otorgase a “El Gran Lewoski”, película que por esos días se me había antojado lo mejor que me había pasado en los últimos tiempos.

Así, durante los tres meses de calor agobiante concurrí a ciclos de cine, visité foros de películas en internet y deambulé por reuniones de amigos con un único fin: descartar mujeres equivocadas, o encontrar a la correcta, que bajo los efectos narcóticos del calor, parecía ser exactamente lo mismo. El sábado se convirtió para mí en un día ritual que ordenaba y daba sentido al resto de la semana. Por la mañana comprar los ingredientes para preparar la cena, por la tarde limpieza del departamento y matanza de mosquitas una a una con mi perfeccionado método manual, a las cinco o seis de la tarde llamado casual para coordinar el encuentro, por la noche cocinar la cena, algunos besos en el sofá, el dvd de los hermanos Coen que había comprado en parque Rivadavia, y justo antes de cogerla, la pregunta de rigor “¿Qué puntaje le darías a la película?”

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