viernes, 6 de junio de 2008

Caseros

Entramos por el mismo lugar por el que ingresaban los presos, ellos en transportes de la PFA y nosotros caminando. Unos profesores habían pedido permiso para usar la cárcel como locación para una publicidad y nos habían invitado a recorrer el lugar. “En poco tiempo la van a demoler, es una oportunidad para sacar fotos, grabar sonidos, registrar un lugar que en poco tiempo va a ser historia. Después podemos armar una muestra con los materiales”. Nos recibieron algunos guardias que iban a servir como guías en la visita.

Parada en el patio miré para arriba, la cárcel de Caseros trepaba hasta el cielo como una mole de cemento vacía. Arriba, se veía un cuadradito de cielo gris. Los presos ya habían sido trasladados a otras dependencias, pero los muros seguían ahí. También seguían los colchones húmedos, las telas con las que hacían “carpitas del amor” para recibir a las visitas, los mensajes escritos en las paredes, las fotos y los recortes de revista. Cada celda tenía la personalidad de su dueño. Nosotros jugábamos a adivinar quien la había habitado: un devoto del gauchito gil que llenaba las paredes con estampitas y frases de la biblia, un fanático de Chevy o un enamorado de Natalia Oreiro que la tenia pegada en todas sus versiones.

Mientras tanto los guardias contaban anécdotas de épocas pasadas. Eran tres, uno de ellos, Carlitos,
parecía empecinado en contar las historias más escabrosas. Nos explicaba como en la época del proceso torturaban a los presos y como les tiraban agua con lavandina en los ojos para separarlos cuando había alguna agarrada grande. Después nos dijo si queríamos ir a ver la capilla que estaba unos pisos más arriba, podíamos ir pocos, no nos iba a llevar a todos porque teníamos que ir en ascensor. Rápido se armó un grupito de cuatro o cinco que, cámaras en mano querían tomar la foto exclusiva. Sin decir nada para no llamar la atención del resto, salimos con nuestro guía para la parte superior.

Carlitos nos llevó hasta la capilla, un salón enorme con una imagen de la virgen en el frente y algunos bancos de madera destrozados. Después fuimos a un gimnasio y a una oficina, que era suya cuando todavía todo estaba en funcionamiento. Yo me acuerdo todo gris, pero ahora que lo pienso puede que el recuerdo sea más bien de las fotos que saqué en blanco y negro durante todo el recorrido. Después de dar unas cuantas vueltas por los pisos superiores, quisimos volver con nuestros compañeros. Carlitos nos hizo bajar por las escaleras. En un momento nos encontramos caminando por un lugar lleno de vidrios rotos y nos advirtió “ojo que esto era la enfermería y por ahí hay jeringas tiradas con sida, estos tipos eran tremendos, cuidado que es un peligro”. Bajamos varios pisos, pero parecía que estábamos caminando en círculos, Carlitos dijo “creo que nos perdimos”. Pensamos que quería asustarnos, pero el tipo no se reía. Los celulares no funcionaban, estábamos en una zona con poca señal, y hubo un instante de desesperación en el que nadie habló. En eso escuchamos las voces de nuestros compañeros y el tono chillón de una de nuestras profesoras. Empezamos a gritar y nos respondieron, estaban sólo un piso más abajo que nosotros. Nos metimos entre los vidrios y bajamos como pudimos para unirnos al resto del grupo. Al mediodía terminó la visita, algunos se quedaron sacando fotos, y los más nos fuimos. Cuando salí el viento me pegó en la cara más fuerte y más frío que antes. Respiré el aire sin olor a encierro y guardé la cámara en el bolso.

A la semana siguiente nos reunimos en la clase con los materiales que habíamos registrado en la cárcel y con algunas producciones propias. A todos nos había movido la experiencia y queríamos continuar con el proyecto. Se nos ocurrió que sería bueno entrevistar a alguno de los guardias. Sin dudarlo nos decidimos por Carlitos. El tipo no tenía filtros. Contaba cualquier cosa. No se esforzaba en disimular los abusos de los canas ni quería hacer quedar bien a la institución. Los profesores llamaron a la cárcel para preguntar si Carlitos podía venir la próxima semana a conversar sobre el tema. El que los atendió dijo que no había ningún Carlitos. Si, insistieron, era uno de los tres guardias que nos guió cuando fuimos con el grupo de alumnos. No había tres guardias, sólo dos, fue la respuesta al otro lado del teléfono.

1 comentario:

Maria Belen dijo...

buuuuuuuuh! era un fantasma!
un alma en pena q no fue traladada.
q soledad para ella.