miércoles, 25 de junio de 2008

Think the sun shines out your ass

JUNO: Dad, I just need to know if it's possible for two people to stay happy together forever, or at least for a few years.

DAD: It's not easy, that's for sure. Now, I may not have the best track record in the world, but I have been with your stepmother for 10 years now and I'm proud to say that we're very happy. In my opinion, the best thing you can do is find a person who loves you for exactly what you are. Good mood, bad mood, ugly, pretty, handsome, what have you, the right person will still think the sun shines out your ass. That's the kind of person that's worth sticking with.

(La Joven Vida de Juno)

Cambia, todo cambia

Terminamos tomando cerveza con su rodilla rozando la mía. Se estiró en la silla de forma tal que era inevitable que nuestras piernas chocaran. Me pareció que era por la falta de espacio y ni me molesté en correr mi pierna, pero cuando lo pensé a la mañana siguiente me dio la impresión de que quizás había sido intencional, una forma de acercarse, de tantear si todavía pasaba algo . En otro momento (otra vida parece ahora) me hubiese desvelado toda la noche pensando si él realmente sentía algo por mí. Pero esa vez, años después de nuestro último encuentro, no sentí nada. No hablo de esas cosquillas en la panza de cuando te gusta alguien, ni de esa seducción que pasa por rozar una mano o una pierna, digo que ni siquiera me incomodó. Terminamos la cerveza y luego de unos bostezos míos decidimos que era hora de partir cada uno a su casa. Es raro como cambia el tiempo a las personas. Es raro como cambian las relaciones entre las personas.

martes, 10 de junio de 2008

All you need is love

Algunas veces me pregunto por qué esas parejas que parecen más amigos que enamorados y en las que no se vislumbra pasión alguna duran tanto tiempo, mientras que otras que destilan amor por todos los poros se terminan así sin más (bueno, o se terminan igual de pasionalmente que empezaron). Hay excepciones claro, y nada mejor que una pareja enamorada que además dura en el tiempo, porque cuando una de esas parejas se separa, la desilusión nos alcanza a todos.

¿Alguien tiene una respuesta?

viernes, 6 de junio de 2008

Caseros

Entramos por el mismo lugar por el que ingresaban los presos, ellos en transportes de la PFA y nosotros caminando. Unos profesores habían pedido permiso para usar la cárcel como locación para una publicidad y nos habían invitado a recorrer el lugar. “En poco tiempo la van a demoler, es una oportunidad para sacar fotos, grabar sonidos, registrar un lugar que en poco tiempo va a ser historia. Después podemos armar una muestra con los materiales”. Nos recibieron algunos guardias que iban a servir como guías en la visita.

Parada en el patio miré para arriba, la cárcel de Caseros trepaba hasta el cielo como una mole de cemento vacía. Arriba, se veía un cuadradito de cielo gris. Los presos ya habían sido trasladados a otras dependencias, pero los muros seguían ahí. También seguían los colchones húmedos, las telas con las que hacían “carpitas del amor” para recibir a las visitas, los mensajes escritos en las paredes, las fotos y los recortes de revista. Cada celda tenía la personalidad de su dueño. Nosotros jugábamos a adivinar quien la había habitado: un devoto del gauchito gil que llenaba las paredes con estampitas y frases de la biblia, un fanático de Chevy o un enamorado de Natalia Oreiro que la tenia pegada en todas sus versiones.

Mientras tanto los guardias contaban anécdotas de épocas pasadas. Eran tres, uno de ellos, Carlitos,
parecía empecinado en contar las historias más escabrosas. Nos explicaba como en la época del proceso torturaban a los presos y como les tiraban agua con lavandina en los ojos para separarlos cuando había alguna agarrada grande. Después nos dijo si queríamos ir a ver la capilla que estaba unos pisos más arriba, podíamos ir pocos, no nos iba a llevar a todos porque teníamos que ir en ascensor. Rápido se armó un grupito de cuatro o cinco que, cámaras en mano querían tomar la foto exclusiva. Sin decir nada para no llamar la atención del resto, salimos con nuestro guía para la parte superior.

Carlitos nos llevó hasta la capilla, un salón enorme con una imagen de la virgen en el frente y algunos bancos de madera destrozados. Después fuimos a un gimnasio y a una oficina, que era suya cuando todavía todo estaba en funcionamiento. Yo me acuerdo todo gris, pero ahora que lo pienso puede que el recuerdo sea más bien de las fotos que saqué en blanco y negro durante todo el recorrido. Después de dar unas cuantas vueltas por los pisos superiores, quisimos volver con nuestros compañeros. Carlitos nos hizo bajar por las escaleras. En un momento nos encontramos caminando por un lugar lleno de vidrios rotos y nos advirtió “ojo que esto era la enfermería y por ahí hay jeringas tiradas con sida, estos tipos eran tremendos, cuidado que es un peligro”. Bajamos varios pisos, pero parecía que estábamos caminando en círculos, Carlitos dijo “creo que nos perdimos”. Pensamos que quería asustarnos, pero el tipo no se reía. Los celulares no funcionaban, estábamos en una zona con poca señal, y hubo un instante de desesperación en el que nadie habló. En eso escuchamos las voces de nuestros compañeros y el tono chillón de una de nuestras profesoras. Empezamos a gritar y nos respondieron, estaban sólo un piso más abajo que nosotros. Nos metimos entre los vidrios y bajamos como pudimos para unirnos al resto del grupo. Al mediodía terminó la visita, algunos se quedaron sacando fotos, y los más nos fuimos. Cuando salí el viento me pegó en la cara más fuerte y más frío que antes. Respiré el aire sin olor a encierro y guardé la cámara en el bolso.

A la semana siguiente nos reunimos en la clase con los materiales que habíamos registrado en la cárcel y con algunas producciones propias. A todos nos había movido la experiencia y queríamos continuar con el proyecto. Se nos ocurrió que sería bueno entrevistar a alguno de los guardias. Sin dudarlo nos decidimos por Carlitos. El tipo no tenía filtros. Contaba cualquier cosa. No se esforzaba en disimular los abusos de los canas ni quería hacer quedar bien a la institución. Los profesores llamaron a la cárcel para preguntar si Carlitos podía venir la próxima semana a conversar sobre el tema. El que los atendió dijo que no había ningún Carlitos. Si, insistieron, era uno de los tres guardias que nos guió cuando fuimos con el grupo de alumnos. No había tres guardias, sólo dos, fue la respuesta al otro lado del teléfono.

miércoles, 4 de junio de 2008

Rusia for export

Local de comida rusa en Almagro. Polcas y otras melodías rusas en tono altísimo, sumado a las voces de los comensales que cada vez hablan más alto para hacerse escuchar. En eso, apagan la música y se hace un silencio total. Uno de los dueños grita desde la barra con su mejor acento ruso arrastrando las erres:

- ¿Los amigos de Lara? ¿Quiénes son los amigos de Lara?

Los comensales se miran unos a otros, hasta que dos chicos que estaban sentados en una mesa para seis miran desconcertados y levantan la mano temerosos, como cuando la directora del colegio busca resonsables para recibir amonestaciones.

- ¿Ustedes son los amigos de Lara, eh?
- Eh, si, nosotros
- Eh, ustedes chicos son unos mentirosos. Recién llamó Lara dijo que sus amigos vinieron acá y dijeron a ella que no había lugar. ¡Minga no hay lugar! dije. Hay lugar acá. Rusos hijos de puta dicen no hay lugar cuando hay mesa libre para espantar clientes va a pensar.
- Eh, no, pero la estamos esperando
- Si espera porque dije que había lugar, ahora viene Lara.

Y ahí nomás arrancaron de nuevo las polcas a todo volumen . Mientras todos los clientes se reían y los flacos de la mesa no sabían como hacer para no llamar la atención.

La noche terminó con uno de los dueños dormido en la mesa de unas gringas a las que se quería levantar. Se había tomado media botella de Absolut del pico mientras le contaba a una pareja que la chica rubia que atendía las mesas antes era su novia, pero que lo dejó y no quiso ir a trabajar más ahí.

Uno de mis lugares favoritos para comer en el barrio.

lunes, 2 de junio de 2008

El Exterminador

Para esa época, en el departamento habían aparecido unas mosquitas chiquitas, negras, estúpidas, que después de aburrirse de revolotear sobre la pila de platos sucios de la pileta de la cocina, se habían extendido hacía los restos de comida que solían quedar en el living. Esa tarde las maté una por una con un mosquitero de plástico celeste que había sido de mi abuela. Me parecía excéntrico utilizar esos métodos manuales para la eliminación de insectos en lugar de recurrir a sofisticados aparatos eléctricos o venenos en aerosol. Matarlas de a una, con la estrategia y la precisión de un cazador, se había convertido en mi especialidad ese verano. Podría decirse, que me había convertido en el aniquilador profesional de mosquitas de Almagro.

A fin de volver a tomar el mando de mi vida, que durante algunos años había cedido generosamente a Graciela, comencé a poner un poco de orden a mis días. Especialmente en mi relación con el sexo opuesto. Se me había ocurrido algo que en ese momento me pareció de una genialidad suprema. Un test, un test tonto y sin ninguna complicación, pero que me permitiría descartar de un modo preciso, inequívoco y definitivo a cualquier mujer incorrecta que se acercara a mi vida. Cómo si la posibilidad de una pareja dependiese únicamente de la compatibilidad cinematográfica. O mejor aún, como si la remota posibilidad de la compatibilidad de pareja dependiese del puntaje que la “ella” en cuestión le otorgase a “El Gran Lewoski”, película que por esos días se me había antojado lo mejor que me había pasado en los últimos tiempos.

Así, durante los tres meses de calor agobiante concurrí a ciclos de cine, visité foros de películas en internet y deambulé por reuniones de amigos con un único fin: descartar mujeres equivocadas, o encontrar a la correcta, que bajo los efectos narcóticos del calor, parecía ser exactamente lo mismo. El sábado se convirtió para mí en un día ritual que ordenaba y daba sentido al resto de la semana. Por la mañana comprar los ingredientes para preparar la cena, por la tarde limpieza del departamento y matanza de mosquitas una a una con mi perfeccionado método manual, a las cinco o seis de la tarde llamado casual para coordinar el encuentro, por la noche cocinar la cena, algunos besos en el sofá, el dvd de los hermanos Coen que había comprado en parque Rivadavia, y justo antes de cogerla, la pregunta de rigor “¿Qué puntaje le darías a la película?”

Mrs Rabbit

Nene de cuatro o cinco años, frente a un local de "lencería erótica": mirá pa, mirá -señalando un disfraz de conejita- ¡mirá que lindo para regalarle a mamá!